Esta ciudad incomparable por sus virtudes y sus vicios desde sus mismos orígenes persiguió imponer a las demás ciudades una tradición romana, ordenar la vida de los demás con la persuasión ilustrada de simplificar la vida humana; dio forma a un imperio que se extendía sobre tres continentes, sirviéndose como base de una sola ciudad, la cuidad por excelencia. Pero tan pronto como se convirtió en cuidad eterna, la ciudad precaria no supo desear para sí aquello que consideraba tan importante para las demás; la capital de un imperio de ciudades nunca logró convertirse en un modelo de organización y de vida ciudadana, y aquella limpia y a menudo simplista claridad de juicio humano, con la que trazó, organizó y administró centenares de ciudades, se nublaba aquí, en Roma, y se demoraba en todas las consideraciones posibles sobre las necesidades del momento.
Una ciudad eterna.
Cuatro lecciones de veintisiete siglos.
Ludovico Quaroni.
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