domingo, 13 de diciembre de 2009

Nietzsche (I)

PONDERACIÓN DE LAS VERDADES OPACAS. Es propio de una cultura superior poner las pequeñas verdades opacas, encontradas por un método estricto, por encima de los radiantes y deslumbrantes errores procedentes de tiempos y hombres metafísicos y artísticos. De entrada, uno está tentado a burlarse de aquéllas, al entender que no admiten comparación con éstos, ya que se presentan tan modestas, sencillas y prosaicas y parecen desalentar al hombre, mientras que los errores parecen hermosos, brillantes y arrebatadores, cuando no como una fuente de felicidad. Sin embargo, lo arduamente conquistado, seguro, perdurable y, por tanto, trascendental para todo conocimiento ulterior es lo superior; ponerse de su parte es viril, demuestra valentía, sencillez y mesura. Poco a poco, no ya el individuo, sino toda la humanidad se elevará a esta virilidad, una vez que se acostumbre, por fin, a preferir los conocimientos sólidos y duraderos, y pierda toda creencia en la inspiración y comunicación milagrosa de las verdades. Los cultivadores de las formas, claro está, con su criterio de lo bello y de lo sublime, tendrán razones para ironizar, cuando prevalezcan la ponderación de las verdades opacas y el espíritu científico; pero esto será únicamente porque no han aprendido todavía a percibir el encanto de la forma más sencilla, o porque los hombres educados en este espíritu no están aún, ni de lejos, total e íntimamente compenetrados del mismo, por lo que siguen imitando de forma mecánica y estúpida formas antiguas (y mal, por cierto, como es habitual en quien ya no está muy interesado en lo que hace). En tiempos pasados, el espíritu no estaba acaparado para un estricto modo de pensar, pues su seriedad consistía en elaborar símbolos y formas. Esto ha cambiado: esa seriedad de lo simbólico se ha convertido en signo de cultura inferior. Del mismo modo que nuestras artes se intelectualizan cada vez más, nuestros sentidos se espiritualizan, y, por ejemplo, la noción actual de la armonía sensible es muy distinta de la de hace cien años; también las formas de nuestra vida se hacen más espirituales, quizá más feas para los ojos de épocas pasadas, pero únicamente porque éstos no son capaces de ver cómo se va profundizando y ensanchando sin cesar el reino de la belleza interior, espiritual, y que todos nosotros ahora podemos destacar la mirada interior por encima de la apariencia más atractiva y de la más grandiosa obra de arquitectura.


F. Nietzsche,
''Humano, demasiado humano''

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