sábado, 19 de marzo de 2011

Dar una vuelta

Tengo la suerte de vivir en el centro de Bruselas, por lo que puedo considerar como mi barrio al territorio por el cual campan a sus anchas hordas de turistas.
Además ya me siento, en cierto modo, vecino de esta ciudad, un bruselense más, como otro cualquiera.
Vengo ahora de dar una vuelta, de intentar apropiarme y disfrutar de los lugares con 'más encanto' y 'más bonitos' de mi barrio, pero es imposible: no existen, han perdido toda cualidad, toda atmósfera real. Son (aunque el tema esté más que sabido y haya sido más que sobado) meras representaciones de lo que un día fueron para ser ahora captados por una cámara fotográfica. No me aportan nada. Están vacíos y huelen a rancio.
Y eso, es porque uno de repente intenta buscar a otro vecino, a uno del barrio, pero no lo encuentra. Y se ve desde arriba pasando desapercibido entre la muchedumbre. ¡Pero es que es mi barrio! ¿No debería ser el foráneo el que pasara desapercibido? Si me voy a cualquier barriada de las afueras, con un tejido social consolidado y en definitiva con vida, veré normal sentirme extranjero, sentirme fuera. Pero no aquí. Es un sentimiento extraño.
Obviamente, entiendo donde vivo y entiendo lo que supone el fenómeno del turismo; pero no puedo dejar de pensarlo cada vez que paso por estos lugares. Y claro, hoy sábado por la tarde, ¡pues más!
El caso, es que no me puedo sentir indiferente, y solamente encuentro dos posturas: o compadecer, o criticar ferozmente; y no sé cuál es peor...
No quiero que se entienda todo esto a través de una cierta añoranza o nostalgia de alguna idea equivocada y superficial sobre algún hipotético pasado. Tampoco quiero caer en ningún intelectualismo fácil y barato por criticar el turismo. Es lo que es y todos lo sabemos. El caso es que no sé qué postura adoptar al respecto, o qué sacar de provecho, si es que se puede sacar algo. Realmente, tanto en la plaza más visitada de Bruselas como en la calle peatonal de tiendas 'a lo preciados' hay mucha vida, hay conflicto, aunque sea tan decadente que me repugne. Decadente porque no hay nada más allá, nada detrás, no hay ningún misterio.
Solamente hablo aquí de lo que veo, de las apariencias. Mera superficialidad. Pero me planto en una barriada de las afueras, con la gente de allí, y siento otras cosas.
Y es que al final, todo tiene que ver con los sentimientos...

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