Supe de la muerte de José Saramago mientras caminaba por las calles del antiguo barrio de la Estrella, en Lisboa, ciudad que Saramago describió, en tiempos, como un lugar de gente de "poco tener y mucho sentir". Fue también en un barrio antiguo de Lisboa donde vivió el Nobel y donde mantuvo una casa en Portugal, incluso después de irse a vivir a Lanzarote.
Cuando una periodista de Radio Renascença me dio la noticia por teléfono, me vi sumido de repente en uno de esos momentos de blancura �na blancura tan densa y lechosa como la que se describe en 'Ensayo sobre la ceguera'-, seguida de un escalofrío y de una sensación de incredulidad, que pronto dieron paso a una enorme y apaciguada melancolía.
Hablé, emocionado, con la periodista. Después, apagué el teléfono y sentí como si, a mi alrededor, sólo hubiese muerte. Una mujer caminaba lentamente bajo el sol tórrido; un perro vagabundo se lamentaba en una esquina; desde la ventana de una casa, un anciano miraba pasar este día tan fúnebre.
Comenzaba la tarde y el mundo cambiaba de una manera irremisible. Sin que lo supiésemos (y aunque nos quede la esperanza de obras póstumas), estábamos, como Caín, conviviendo por última vez con el extraordinario y sobrenatural lenguaje de Saramago. Un lenguaje que inauguró un mundo diferente, un mundo de una belleza lacrimosa aliada con una increíble lucidez. Porque cada obra del escritor fue una patada en el estómago, que nos obligaba a revisar todas nuestras creencias e inquietudes.
Al mismo tiempo � a pesar de todo el pesimismo que, a veces y erróneamente, le atribuíamos-, el mundo de Saramago era infinitamente mejor de lo que lo es éste. La primera novela que leí del Nobel, 'El año de la muerte de Ricardo Reis', me hizo llorar como nunca antes había llorado con una novela portuguesa. Fui leyendo, después, todos los libros que el escritor publicara antes y después de ése, siempre con una dosis considerable de espanto, nunca sin una arrasadora dosis de emoción.
Saramago supo tocar siempre el nervio más sensible de mi corazón. Desde la locura de Ricardo Reis hasta la inigualable noche de amor de Jesús y María Magdalena. Desde el coraje horripilante de la Mujer del Médico, cuando se enfrenta a sus opresores en la cuarentena de la ceguera, hasta el momento de la revelación, en el que Tertuliano, el doble, se transforma en el original de sí mismo. Desde la lindísima muerte de Pedro Orce en una balsa de piedra a la deriva, hasta el primer vuelo de la Passarola del Padre Bartolomeu. Desde la Muerte que se acuesta en la cama con el violinista, hasta el momento en que Caín desafía a la divinidad en el arca de Noé.
Lo recuerdo en la entrega del Premio Saramago, en Peñafiel. Corría el mes de octubre de 2009. Me pregunto si es posible echar de menos a alguien con quien sólo hemos conocido superficialmente y concluyo �ara mi espanto y para mi emoción- que lo echo muchísimo de menos a él, a su voz ronca, a su amor por el hombre en forma de crítica, a su fragilidad de hierro.
Ya entonces, en Peñafiel, Saramago estaba muy delgado, más silencioso de lo acostumbrado. Su débil estructura cargaba con todo el peso de los personajes que vivían dentro de él y que seguirán viviendo con nosotros.
Mientras sigo caminando por las calles de la Estrella, sé que la mujer que huye del tórrido sol pronto se pondrá unas gafas oscuras para esconder su tristeza; que el perro vagabundo llorará por su creador y será siempre el Perro de las Lágrimas; que el anciano de la ventana mirará a lo lejos el Tajo de una Lisboa reencontrada como si fuese el heterónimo de un gran poeta, mientras el Adamastor, interrumpiendo su gran silencio de siglos, se levantará temprano para lanzar su ensordecedor grito de rebelión.
El escritor dijo, una vez, que no le temía a la muerte, sino "dejar de ser, dejar de estar". Aunque nos haya dejado, Saramago sigue entre nosotros, porque algunas personas mueren y otras, no.
Mientras subo la cuesta en este momento de la tarde, en esta ciudad de la luz cegadora, la enorme melancolía se ve apaciguada por un arrebato de cariño, un cariño por Saramago que comparten todos los portugueses, el cariño que le debemos como gente de poco tener y de mucho sentir.
João Tordo, El Mundo 19 de junio de 2010
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João Tordo (Lisboa, 1975) es periodista y escritor. Ganó el último Premio Literario José Saramago por la obra 'As três vidas'.
domingo, 20 de junio de 2010
viernes, 18 de junio de 2010
miércoles, 2 de junio de 2010
ALELUYA
No es que me haya liberado de una carga insufrible, porque no lo es. Pero hoy María y yo hemos acabado nuestro 5º curso, q se dice pronto y me parece pronto. ¿Balance de lo aprendido?
(no se subir videos...) http://www.youtube.com/watch?v=kzWeN-bVDUc&feature=related
Now I've heard there was a secret chord
That David played, and it pleased the Lord
But you don't really care for music, do you?
It goes like this
The fourth, the fifth
The minor fall, the major lift
The baffled king composing Hallelujah
Hallelujah…
Your faith was strong but you needed proof
You saw her bathing on the roof
Her beauty and the moonlight overthrew her
She tied you
To a kitchen chair
She broke your throne, and she cut your hair
And from your lips she drew the Hallelujah
Hallelujah…
You say I took the name in vain
I don't even know the name
But if I did, well really, what's it to you?
There's a blaze of light
In every word
It doesn't matter which you heard
The holy or the broken Hallelujah
Hallelujah…
I did my best, it wasn't much
I couldn't feel, so I tried to touch
I've told the truth, I didn't come to fool you
And even though
It all went wrong
I'll stand before the Lord of Song
With nothing on my tongue but Hallelujah
Hallelujah…
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